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DOLORES Y CARIDAD

  Hacía tiempo que   sus manos   tenían  surcos en la piel .   Los  ojos   cansados  no parecían ser los mismos con los que m iraba años atrás , se habían vuelto bastante más pequeños.  Ya no  reía,  no  lloraba y sus labios habían olvidado como decirle al mundo lo que sentía  el  corazón. Pareciera un ser inerte sentada en aquella mecedora cerca del ventanal, dónde se divisaban los abedules, con la mirada fija en un horizonte  demasiado lejano .  C omo cada tarde,  Caridad  la volvió a peinar después de la siesta, puso perfume en sus manos y la llevó a dar un paseo bajo lo s  últimos rayos de sol.  Caridad  hablaba de todo, de  cómo  llegó a España, de la ropa vieja de su madre, de  su playa, del verde pastel de aquella casa donde vivía toda su familia y de lo bien que le quedaba  el sombrero de yarey a Ernesto, el amor de su vida, al que un día abandonó en la Ha...

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