DOLORES Y CARIDAD

 


Hacía tiempo que sus manos tenían surcos en la piel. Los ojos cansados no parecían ser los mismos con los que miraba años atrás, se habían vuelto bastante más pequeños. Ya no reía, no lloraba y sus labios habían olvidado como decirle al mundo lo que sentía el corazón.

Pareciera un ser inerte sentada en aquella mecedora cerca del ventanal, dónde se divisaban los abedules, con la mirada fija en un horizonte demasiado lejano

Como cada tarde, Caridad la volvió a peinar después de la siesta, puso perfume en sus manos y la llevó a dar un paseo bajo los últimos rayos de sol. 

Caridad hablaba de todo, de cómo llegó a España, de la ropa vieja de su madre, de su playa, del verde pastel de aquella casa donde vivía toda su familia y de lo bien que le quedaba el sombrero de yarey a Ernesto, el amor de su vida, al que un día abandonó en la Habana para cumplir susueño.

Un sueño que terminó varado entre alcachofas allá por loscampos de Murcia.

-Usted me escucha, sí, yo  que usted me escucha señoraDolores. Le decía sonriendo Caridad. – y pensará, se fundió la Caridad. Pues sí señora me fundí, si uno no habla de lo que ama termina volviéndose loco de tanto añorar¿Y usted señora?, ¿A quién extraña?

Caridad la miraba, por si sentía algún atisbo de movimiento en aquel semblante, pero nada.

-A José, ¿se llamaba José su «amol» ?, aquí en España todos son José. ¿Ese chico tan guapo de sus fotos es el «señol» ?, yo no lo creo, yo me imagino al «señol» más con su bigote y así todo serio. 

Pasaban los días, todos eran iguales y tan distintos a lo que fue. Dolores había sido una mujer de carácter, acostumbrada a no necesitar ayuda y a dirigir en casa, aunque eso sucedía de puertas para adentro. Era la cabeza pensante del negocio familiar y no le quedó más remedio que ocupar un segundo plano a la sombra de su difunto marido. 

A las dos mujeres no les unía absolutamente nada de sus vidas anterioresLo único cubano que había visto Dolores en su vida era la guayabera de Julián, el chico de su foto

Cómo cada día, Caridad se dispuso a sacar a Dolores para su paseo diario, pero, lo inesperado sucedió aquella tarde. A lo lejos se escuchó algo parecido a los sones de su Cuba querida, así que decidió cambiar el rumbo del paseo detrás de aquella melodía que, aceleraba sus pasos a la vez que los latidos de su corazón. 

Cuando llegaron al sitio de donde provenía, Caridad paró la silla de ruedas y no pudo contener la emoción, arrancó abailar el Guantanamera que tocaban unos músicos callejeros en la esquina de la calle Sorolla.

- ¡Escuche eso señora Dolores!, es la melodía que Dios nos manda, ¡baile conmigo!, al mismo tiempo que abrazaba a Dolores, Caridad cantaba y bailaba y, en el rostro de Dolores se dibujó una leve sonrisa

Aquella tarde las dos mujeres quedaron unidas por la felicidad que les hizo sentir la grandeza de la música. 

 

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